El 18 de octubre se recuerda el asesinato de Carlos Escaleras. Un hombre firme en la lucha y sensible ante el dolor humano. Duro con su crítica y humilde en la aceptación de sus fragilidades. Un líder comunitario, popular, gremial, político y ambientalista. Él y Gladys Lanza fueron compañeros sindicales, luchadores populares y amigos a prueba de los tiempos y las circunstancias. Él y Gladys, junto al dirigente campesino asesinado Chungo Guerra, encabezaron a comienzos de los años noventa del siglo pasado la lucha contra las privatizaciones y el neoliberalismo. Primero mataron a Chungo, después mataron a Carlos, y finalmente Gladys Lanza murió con la bandera feminista, perseguida por el sistema de justicia por su lucha tenaz contra el patriarcado.
Muy dueño de su pobreza, Carlos Escaleras construyó su austera casa y su familia en el barrio Los Laureles, en Tocoa. La gente lo recuerda con mucho cariño y admiración por su preocupación por un Patronato comprometido e independiente de los partidos políticos tradicionales, y por su compromiso con las Asambleas Familiares o comunidades eclesiales de base. Carlos Escaleras gritaba consignas a todo pulmón en plenas calles urbanas y agachaba su cabeza y su rostro en su oración personal y comunitaria en la casa de oración de su barrio. Un día, en esa misma casa de oración, no solo Carlos Escaleras estuvo pidiendo fuerzas a Dios para ser firme en la lucha. También estuvo Gladys Lanza con su rostro hacia la tierra en actitud de escucha de su conciencia, una humildad que en ambos se convertía en fuerza cuando sus cuerpos se erguían en las calles y en las oficinas públicas y privadas para enfrentar cara a cara a los explotadores en defensa de las causas populares.
Carlos Escaleras fue hijo nativo de Tocoa. El pueblo entero lo recuerda por su honestidad y entrega a las causas sociales, populares, comunitarias y ambientales. Tuvo conflictos directos con Miguel Facussé a causa de las instalación de una planta extractora de aceita de palma africana. El millonario empresario le ofreció tres millones de lempiras para su campaña proselitistas como candidato a alcalde de Tocoa. Carlos Escaleras, no solo rechazó la oferta, sino que arreció su lucha en contra de los proyectos extractivos. Tuvo conflictos directos con el coronel del batallón a causa de la decisión de construir instalaciones militares allí donde existía una cuenca de agua que beneficiaba a centenares de familias. Por eso lo mataron.
Cuando lo mataron, Carlos escaleras era candidato a alcalde de Tocoa. Le costó tomar esa decisión. Le tenía terror a la política partidista y desconfiaba de los políticos de oficio. “No quiero ser nunca uno de ellos”, confesó a uno de sus amigos personales, quien todavía lo llora en el silencio porque con al hacer memoria de aquel hombre más bien bajo de estatura le asalta el arrebato de aquel recuerdo íntimo, un mes y medio antes de su asesinato, mientras caminaban por una de las sinuosas calles de la selvática capital hondureña, cuando le dio aquella palmada en la espalda como último envión para que aquel dudoso hombre prematuramente canoso tomara aquella complicada y compleja decisión de proseguir como candidato a alcalde de Tocoa que lo llevaría a una muerte incruenta.
Era un candidato que se salía del molde de los políticos tradicionales. No se vendía ni negociaba los intereses populares con los intereses de los poderosos. La muerte de Carlos Escaleras fue un asesinato político. Y los que dieron la orden de matarlo siguen en la impunidad. En todos estos años, los políticos y los hombres pudientes han torcido la justicia y a los que tienen la función de administrarla a rienda suelta.
El ERIC y CEJIL presentaron el caso de Carlos Escaleras a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, acusando al Estado hondureño por retardo en la aplicación de la justicia, y sobre todo por permitir el entorpecimiento descarado de los procesos judiciales por los poderes políticos y económicos. Después de más de una década, el Estado hondureño asumió la responsabilidad en ese retardo de justicia, en las investigaciones y en todo lo relacionado con la impunidad en el enjuiciamiento de su caso. El estado ha asumido algunos compromisos.
La impunidad sigue rampante. Hoy el modelo extractivo está más activo que nunca. Todo es extractivo en Honduras. Desde los bienes de la naturaleza pasando por los bienes públicos como las carreteras, la energía, la salud y la educación. Este modelo extrae en extremo la fuerza de trabajo, y hasta la conciencia y el pensamiento de las organizaciones y sus dirigentes son extraídos y despojados por el extremismo neoliberal. Muchos de nosotros, muchas veces sin darnos cuenta, y esto es lo que hace que sea más dramático, nos hemos convertido en subproducto del neoliberalismo extractivo. Nosotros mismos muchas veces somos extractivistas unos contra otros hasta caer víctimas del síndrome del archipiélago, cada quien anclado en su propia isla, viendo a los demás desde los márgenes de su pequeña isla, mientras nos vamos hundiendo en el mar de las calamidades.
Carlos Escaleras nos hablaría con palabras fuertes, sin duda con palabras no convencionales, como en no pocas ocasiones increpó a sus amigos personales más íntimos, a quienes hizo temblar con sus reclamos. Carlos Escaleras nos reclamaría. Hoy necesitamos esos reclamos. Para que nos pongamos a caminar en esa misma dirección que nos deja su testimonio de vida. Fiel a su familia, leal a su barrio y a su comunidad de fe, comprometido con las organizaciones populares y gremiales e incursionando en propuestas políticas alternativas. Protesta y propuesta, anclado en lo local con visión y compromiso nacional. Un testimonio de articulación sin muchas formulaciones.
Carlos Escaleras nunca habló ni escribió de articulaciones. Sencillamente se articuló y articuló a muchas organizaciones locales y nacionales. Esa misma articulación que hoy no necesita de palabras, porque ya hemos hablado y escrito mucho. Esa articulación necesita de decisión y audacia para que salgamos de esa lógica de islas y archipiélago y la convirtamos en un amplio mar de luchas desde la construcción de soberanía popular. Y seamos entonces como Carlos Escaleras que sin tanta bulla y ningún premio en su andar, un día en una celebración de la Palabra de Dios, mientras reflexionaba el episodio de Jesús caminando sobre las aguas del mar de galilea, dijo con sencillez aquella expresión espontánea que hoy tanto necesitamos: “Jesús nos invita a amar a mares”. Y ese amor a mares de Carlos Escalera es el que hoy necesitamos con urgencia y en altas dosis.