Nuestra palabra
Viernes, 07 Septiembre 2018

Las culebras chiquitas se matan temprano

Este 7 de septiembre recordamos cincuenta años de un evento que dio inicio a las revueltas del sesenta y ocho en México. Ese día comenzaron las manifestaciones de las juventudes mexicanas, mayoritariamente estudiantes. A esa movilización se le llamó la Marcha de las Antorchas. Es así que recordamos cincuenta años de ese evento, en el que la indignación y el cansancio de la juventud, por las medidas de exclusión y represión del Estado, hizo que condujera a la respuesta que han dado los Estados a las demandas de la población: represión y muerte. Todo eso desembocó, días después, en lo que se conoce como la Masacre de Tlatelolco.

Así vamos andando con las heridas y cicatrices que la historia no termina de cerrar. En Honduras, recientemente tenemos las huelgas estudiantiles, tanto de nivel secundario como de educación universitaria, que son la expresión permanente del deterioro y ausencia de la calidad educativa en nuestro país. También nos recuerda las movilizaciones de indignados e indignadas, que dijeron un NO rotundo en contra de la corrupción y la impunidad, y se han ido consolidando en la tan publicitada era democrática hondureña, liderada por el bipartidismo.

En las últimas semanas hemos sabido del asesinato de estudiantes en Honduras, por causas que aún están en los terrenos de la incertidumbre y en las que se han visto señalados miembros de la ATIC. Recordamos que esa ha sido una constante en la historia de Latinoamérica: la noche de los lápices rotos en Argentina, las represiones estudiantiles en Chile y el desaparecimiento de los estudiantes de Ayotzinapa en México. Aquí los Estados han tenido una participación directa, por acción u omisión, y también algunos personajes de la vida pública, como el periodista Renato Álvarez y el diputado políticamente vejestorio, Oswaldo Ramos Soto, miembro ilustrísimo del gobernante Partido Nacional.

Pues ese personaje que ha vivido desde los erarios públicos, haciendo de la política vernácula su “modus vivendi”, que fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y que ofrecía, en su campaña política, cervecitas heladas, dijo a finales de julio de 2017: “soy de los que creo que las culebras chiquitas se matan temprano, hay que evitar que se desarrollen porque se vuelven peligrosos”.

Así como lo escucha, a manera de premonición o como solicitud a los órganos del Estado, este servidor de la vieja guardia y el lado oscuro de los sectores más conservadores del bipartidismo hondureño, también se convirtió en promotor de la cultura de odio e inestabilidad de la paz en el país y pone en riesgo a la juventud.

El Estado hondureño, a través del gobierno de Hernández Alvarado, si quiere alejar ese fantasma del involucramiento directo de las estructuras del Estado en recuerdos como el batallón 3-16, debe explicar cómo es que Billy Fernando Joya Améndola sigue vinculado al gobierno de Juan Orlando y exigir que terminen con su política que “las culebras chiquitas, se matan temprano”.

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