Nuestra palabra

Miércoles, 05 junio 2019

Protesta social

Los funcionarios públicos, algunos empresarios, especialmente de Tegucigalpa, y los  medios de comunicación llamados tarifados  han pretendido confundir a la opinión pública queriendo meter en el mismo saco de la convulsión social tanto a la criminalidad como a la protesta social.

En las movilizaciones actuales, se escuchan voces en algunos medios de comunicación que hacen creer que las protestas son sinónimo de violencia, y que si maestros, trabajadores de la medicina y la población que se manifiesta, lo hacen porque van a quebrar vidrios de comercios y a provocar incendios. Es decir, quieren hacer creer que la protesta es dañina para el país y para la economía, y quienes protestan son enemigos de la sociedad.

En estos días, una transnacional estadunidense anunció su retiro del país por la pérdida de bienes como resultado de las protestas. El retiro de una empresa no es extraño, como no es extraño el daño que hacen muchas empresas transnacionales a las trabajadoras y trabajadores. Pero los empresarios y los medios de comunicación aprovechan la ocasión para hacerle creer a la gente que el retiro de la empresa se debe a las manifestaciones y tomas de puentes y carreteras de los grupos populares.

Es cierto que tanto la criminalidad como la protesta social se nutren de la pobreza, desempleo, alza de precios, corrupción, abandono del campo por parte del Estado, y en definitiva de la injusta distribución de la riqueza. Pero así como la criminalidad se asocia claramente a grupos de poder en el país conectados con el crimen organizado y con instituciones y funcionarios públicos corruptos, la protesta social no tiene ninguna relación organizativa con la criminalidad.

La protesta social tiene una relación directa con los reclamos y malestares justos de los pobres. Y estos reclamos se han ido acrecentando en la medida en que las políticas públicas agrandan las desigualdades y responden más a intereses de mafias que a las realidades del país.

Mientras siga creciendo la inequidad es una responsabilidad ética participar en protestas sociales, y es una obligación descontaminarlas de dirigentes o grupos políticos interesados en manipularlas. Las protestas sociales son buena noticia cuando expresan la voluntad de la población de canalizar organizadamente su descontento y demandar respuestas a sus clamores.

Cuando abunda la injusticia, la protesta social es un servicio a la paz, la justicia y a la democratización de la sociedad. Por ello, la Iglesia debe alentarlas, enriquecerlas, analizarlas, y en todo momento contribuir a que la población se despierte de su letargo.  En este proceso es en donde la Iglesia ha de dar su servicio evangelizador, porque un pueblo que no protesta organizada y pacíficamente ante las injusticias más lo humillan los potentados. Y cuando un pueblo se organiza y reclama sus derechos, se hace respetar.

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