“El Padre Lupe (Guadalupe Carney), era nuestro guía y amigo, a tal grado que cultivaba la tierra, dormía y comía con nosotros los campesinos. Nos llevaba la palabra de Dios, a nuestras casas o nuestras milpas”, indicó Juan Gómez, en la conmemoración de los 32 años de la desaparición forzada del sacerdote jesuita.
En los actos de conmemoración desarrollados ayer en el instituto Ernesto Ponce del sector de Guaymas, El Negrito, Yoro, se llevó a cabo una tarde cultural y la santa Eucaristía celebrada por el sacerdote jesuita Ismael Moreno, desde donde se recordó la vida y obra del Padre Lupe, y se llamó además a seguir sus pasos y memoria de lucha para continuar construyendo una sociedad más justa y equitativa.
El mensaje del Padre Lupe, como el de sus hermanos jesuitas molestó y sigue molestando a sectores de poder económico-político, y fue esta misión apegada al evangelio de Jesús, que lo llevó a que dictaduras militares y el gobierno de Suazo Córdova (1982-1986), le montaran una fuerte persecución y criminalización por estar al lado de las familias campesinas empobrecidas.
La máxima expresión del fascismo gubernamental se concretó el 16 de septiembre de 1983 cuando por órdenes del general Alvares Martínez, un escuadrón de militares desapareció en las montañas de Olancho, al Padre Lupe, junto al doctor José María Reyes Mata, Oswaldo Castro Ruiz, José Alfredo Duarte Rodríguez, Jorge Maldonado Padilla y José Armando Moncada Ferrufino.
Un padre bueno, sencillo y de lucha
En la homilía y en los testimonios se dijo que no es fácil para los más empobrecidos vivir con esperanzas, si les falta la tierra para cultivarla, si no hay salud, educación y justicia. “El padre Guadalupe era de corazón bueno, sencillo, su lucha y entrega”, dijo el Padre Ismael Moreno.
“Hacemos memoria histórica de los 32 años del desaparecimiento físico del Padre Guadalupe Carney, producto de la represión que ejercían los gobiernos hondureños y norteamericanos de los años ochenta, con unas fuerzas armadas, que respondían a los intereses de una hegemonía oligárquica, que no vacilaba en interponer su poder para quitar de en medio a las personas, grupos y organizaciones que luchaban por un pedazo de tierra, defender los bienes naturales y sus propios derechos humanos”, se manifestó al inicio de la misa.
Treinta y dos años después, reunidos las familias campesinas y otras personas que llegaron de diferentes sectores, le dieron gracias a Dios, porque con su presencia se revivió el recuerdo de ese hombre que fue testigo en el plano histórico y religioso, de ofrendar su vida por la gente campesina, por quien guardaba un especial cariño.
Los actos de conmemoración se desarrollaron precisamente en Guaymas, zona de lucha, empeño y esfuerzo, con la presencia de muchas personas que conocieron personalmente, trataron de cerca y fueron iniciados en la organización, por el recordado padre Lupe.
Su lucha sigue vigente
A 32 años de la desaparición física del “sacerdote de los campesinos” es considerado como un rayo de luz que se convierte en un profeta permanente para más de 350 mil familias campesinas que luchan por el derecho a la tierra, para vivir y producir arroz, frijoles, arroz, maíz y demás alimentos.
“Lo que vivió el Padre Lupe, es lo que hoy continúa: la represión, la persecución y asesinatos contra campesinos que están a la orden del día solo reviven ese mismo sistema que desapareció físicamente al sacerdote hace 32 años”, dijo Irma Lemus, sub coordinadora del observatorio de derechos humanos en el Bajo Aguán.
Recordó que solo en el departamento de Colón han sido asesinados en los últimos 8 años más de 135 campesinos, casos que siguen en total impunidad. Además manifestó que el Padre Lupe ha sido el principal ejemplo de lucha por la tierra no solo en los lugares que anduvo sino en todo el país.
El sacerdote del campesinado
En 1961 lo destinaron a trabajar en la misión sacerdotal en el departamento de Yoro, y fue hasta mediados de los años 70 que se convirtió en el sacerdote de los campesinos y las campesinas. Por amor renunció a su nacionalidad como estadounidense y se hizo hondureño, viviendo en el país como un campesino más.
Nació en Chicago, en el norte de los Estados Unidos en 1924, con el nombre de James Carney. Participó activamente en la Segunda Guerra Mundial como miembro del ejército de su nación, y cuando salió determinó que nunca usaría la violencia de las armas ni siquiera en defensa propia.
Ingresó a la Compañía de Jesús en 1948 y en 1958, siendo todavía un seminarista jesuita, conoció la misión de los jesuitas en el departamento de Yoro, en una experiencia de dos meses, para que luego desde 1961 recorriera los pueblos más pobres de los departamentos de Yoro y Colón.
“Porque en medio de la pobreza no se puede enseñar el Padre Nuestro”, decía el Padre Lupe, al referirse a la excluyente y precaria situación que atravesaban las familias campesinas en las diversas regiones del país.
El padre Guadalupe, logró cumplir con el propósito de dar su vida por los pobres, de imitar los pasos de Jesús que sin importar la amenaza de la muerte, creyó que ésta comienza cuando el pueblo empieza resucitar, como lo estamos haciendo hoy a 30 años de su martirio, recordando y comprometiéndonos con continuar con el sueño de él, luchar por una reforma agraria.
Recuerdos
El campesino Francisco Gómez del sector de Guaymas, municipio de El Negrito, Yoro, caminó junto al Padre Lupe y lo recuerda como un hombre enérgico, disciplinado, organizador de masas y con un profundo amor por los campesinos y campesinas.
“Nos dejó enseñanzas fuertes y profundas, especialmente en la unidad, disciplina y la organización. En aquellos tiempos, estábamos en una zona de conflictos, él apoyó el proceso de la segunda recuperación de las 5 mil hectáreas de tierra para los campesinos de Guaymas y estuvo apoyando la más grande recuperación de tierras de esa misma zona”.
Una década impunidad e intolerancia
Más de 180 personas fueron víctimas de las desapariciones forzadas ocurridas en los años ochenta según un informe elaborado en 1993 por la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El escenario de terror en esa década era un hecho: se había creado para destruir todo intento de reclamo social y legitimar cualquier violación, con el apoyo de la fuerza militar hondureña, que gozaba de un extenso historial de impunidad e intolerancia.
En aquella época cobró mucho protagonismo el general Gustavo Álvarez Martínez, jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras (1982-1986), de una línea muy dura que promovía las desapariciones, las torturas y los asesinatos selectivos.
La “Doctrina de Seguridad Nacional”, alentada por Estados Unidos en la región y apoyada por el presidente en ese momento Roberto Suazo Córdoba y el general Álvarez Martínez en Honduras, con el pasar de los años, dejó una huella de, al menos, 160 mil muertos en Centroamérica.