«Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt. 5,9)
Nuestro país se conmueve ante tanta corrupción, violencia, hambre e impunidad. Desde hace tiempo muchos hondureños y hondureñas hemos venido denunciando la injusticia social.
La iglesia ha levantado su voz en múltiples ocasiones a través de la Conferencia Episcopal, Obispos, Presbíteros en sus diócesis, Vida Consagrada y fieles cristianos Laicos, profetizando, denunciando tanto pecado y anunciando el Reino de Dios, donde la justicia, el respeto a la vida y a la dignidad del ser humano, la promoción del bien común y la inclusión de los más necesitados sea una realidad.
No podemos ser indiferentes ante el clamor de un pueblo que llora sus muertos por tanta violencia; que sufre la pobreza por falta de empleo y ve partir a sus hijos en una migración forzosa que separa familias y desarraiga a las personas de su Fe y cultura. Porque no hay que comer o la muerte por homicidio los acecha, devorando cada día a muchos hondureños.
Por eso, nosotros, miembros de la Conferencia Episcopal, representando al pueblo católico que peregrina en Honduras, nos unimos a todos los que luchan por una Honduras mejor y proclamamos que no podrá haber paz sin justicia social, fraternidad sin reconciliación, solidaridad sin compasión por los más pobres, armonía social sin erradicar la impunidad, ni proceso sin echar fuera la corrupción que tanto mal nos hace a todos.
En un país donde se han roto muchas reglas morales, jurídicas y laborales, a fin de beneficiar a pocos que se enriquecen indebidamente, creemos que se debe seguir por el valiente camino de erradicar el crimen organizado, la delincuencia y el consumo de drogas que causa tanta destrucción a los jóvenes y a las familias.
Es urgente y necesario el fortalecimiento institucional del Estado, en particular del Ministerio Público. No podemos callar ante el triste caso del Seguro Social donde miles fueron y siguen siendo víctimas. Tampoco podemos callar ante la depuración inconclusa de la Policía Nacional, ante el sicariato, la extorsión o el mal llamado impuesto de guerra, que tanto hacen sufrir a la población.
En cualquier democracia, el único camino para solventar diferencias es el diálogo abierto, respetuoso y sincero, con capacidad de escucha y que provea soluciones concretas y verificables que beneficien a la sociedad. Todos debemos asumir nuestra cuota de corresponsabilidad en este momento crucial de nuestra historia. Agradecemos que la Comunidad Internacional quiera acompañarnos en este proceso, respetando nuestra soberanía y valores propios.
Hemos aprendido del Evangelio del Señor Jesús y de la Doctrina Social de la Iglesia, que el camino para alcanzar la dignidad de la persona humana y la inclusión de los más pobres – los desechables como dice el Papa Francisco -, consiste en vivir con un corazón infinitamente misericordioso que opta por salvar a todos y que sin rechazar a nadie busque el Reino de Dios.
CONFERENCIA EPSICOPAL DE HONDURAS
Tegucigalpa. M.D.C. 2 de julio de 2015.