El director de Radio Progreso explica cómo el país centroamericano vive un deterioro institucional, con todo el poder en manos del presidente Juan Orlando Hernández.

Por: Irene Casella 

El último domingo del próximo mes de noviembre Honduras celebrará las elecciones presidenciales en las que el actual presidente, Juan Orlando Hernández -del derechista Partido Nacional-, se presenta a la reelección. Lo hace después de haber conseguido que el Tribunal Constitucional le diera luz verde, a pesar del artículo de la Constitución hondureña que prohíbe expresamente la reelección del jefe del ejecutivo. Hernández ha demostrado así que controla completamente las instituciones, dando la razón a las voces críticas que hace tiempo -consiguió la presidencia el 2014- que advierten de su deriva autoritaria.

Voces críticas

Una de estas voces críticas es la del jesuita y director de Radio Progreso, Ismael Moreno, a quien todo el mundo conoce como padre Melo. En una visita reciente en Cataluña, este activista en la defensa de los derechos humanos y de las clases desfavorecidas pidió apoyos internacionales para que esta emisora hondureña, la única de alcance nacional que hace oposición, pueda continuar haciendo su trabajo. Soportes imprescindibles en un país donde la tarea de los periodistas críticos es extremadamente complicada y donde desde el año 2000 más de una treintena de trabajadores de diversos medios de comunicación han sido asesinados, según los datos de Reporteros sin Fronteras. «Honduras va caminando sobre dos aguas, una es la de la formalidad de la democracia, con un nivel de aparente normalidad hacia las elecciones, con varios candidatos y con el compromiso de la supervisión electoral por parte de los países europeos. Pero también tenemos otras aguas, un río subterráneo y turbulento, de continuo deterioro de los tejidos sociales hondureños a todos los niveles «, explica Moreno.

El estado de los fuertes

El padre Melo habla sin rodeos cuando dice que el país está viviendo una pérdida continua del estado de derecho. «Estas aguas turbulentas nos llevan hacia el estado de los fuertes, con una gran presencia de la criminalidad organizada. Los líderes reales son los líderes de las mafias, junto con los otros cargos de las multinacionales extranjeras y las propias élites del país, muy reducidas pero con mucho poder. Todo ello con el aval de los Estados Unidos de muy diversas maneras «, asegura.

Continuando con el símil del río, insiste en que la aparente formalidad democrática son las aguas superficiales, las que se ven desde el exterior, pero en cambio por el mismo río también circulan las aguas turbulentas, que hacen que Melo hable de Honduras como una «democracia autoritaria». Así, cualquier observador que no conozca la realidad del país puede preguntarse por qué se habla de ausencia de estado de derecho si hay elecciones democráticas e instituciones que aparentemente funcionan. El jesuita lo explica de esta manera: «Por un lado se mantienen las formalidades de la democracia representativa, con la separación de los tres poderes del estado y la aparente alternancia en el gobierno, pero por otro lado tenemos una institucionalidad deteriorada y que sólo se mantiene por la fuerza. «Las cifras lo avalan:» Tenemos un 27% de nuestro presupuesto destinado a defensa, más otro porcentaje muy elevado destinado a seguridad, que es tres o cuatro veces más elevado que el de enseñanza y salud «, asegura Melo.

Paisaje militarizado

Esto dibuja un paisaje completamente policial y militarizado en la vida cotidiana, con calles y carreteras con mucha presencia de soldados. «Si por ejemplo un grupo de vecinos quiere hacer algún tipo de reclamación a una institución pública, sea por el aumento del precio del agua potable o de la energía eléctrica, por la privatización de las carreteras o por el control de un territorio para controlar una mina -hay que tener en cuenta que el gobierno ha autorizado concesiones incluso sobre ríos-, habrá una reacción feroz, completamente desproporcionada, por parte de las fuerzas combinadas: el ejército, la policía y una instancia que creó el actual presidente cuando era presidente del Congreso Nacional, la llamada Policía Militar de Orden Público. »

Impunidad

A diferencia del resto de las fuerzas armadas, que tienen una jerarquía y mandos intermedios, esta nueva policía militar depende directamente del presidente y refuerza aún más su poder. «Para cualquier manifestación que se haga hay reacciones, hay detenciones sin lugar a fiscalidad, con frecuencia hay apaleamientos y muchas veces no hay ningún procedimiento judicial», remarca Melo.

Un país armado

La violencia sangrienta que durante décadas ha vivido el país es la excusa perfecta para mantener esta presión político-militar. Las maras o grupos organizados de jóvenes delincuentes tienen el control de territorios y barrios. «Controlan y distribuyen la droga, hacen operaciones de extorsión e incluso ejecuciones. Normalmente no sólo tienen el aval, sino una relación muy estrecha, de carácter orgánico, con la policía de la zona. En algunos casos se sabe que los jefes de la policía reciben beneficios directos de las actividades que hacen las maras, las extorsiones y el narcotráfico. «Pero el padre Melo deja muy claro que esta violencia extrema no es una causa, sino una consecuencia. Por un lado, por el hecho constatable que la sociedad hondureña está repleta de armas, porque muchas de las que se utilizaron en la década de los ochenta del siglo pasado en los conflictos de El Salvador, Guatemala y Nicaragua, acabaron llegando a Honduras con los canales del tráfico de drogas. El país pasó de ser plataforma contrainsurgente del gobierno de los Estados Unidos plataforma del narcotráfico entre América del Sur y del Norte.

Efectos del neoliberalismo

Esta combinación de armas, narcotráfico, maras y connivencia con estructuras del estado, es una bomba incendiaria. Y tal y como recuerda el padre Melo, aunque hay que añadir otra cosa, y es que a comienzos de los años noventa en Honduras se empezó a aplicar al pie de la letra un modelo neoliberal que no se correspondía con unas estructuras arcaicas, con una agricultura sin capacidad de desarrollo, con un país sin industria y desguazado en cuanto a educación y salud. «En ese momento no se había de reducir el Estado para beneficiar varias empresas, lo que se necesitaba era fortalecerlo para fomentar la educación, la salud, la infraestructura productiva, la modernización… Aplicando el modelo neoliberal el Estado se redujo al mínimo, pero convirtiéndose en una estructura muy poderosa y al servicio de los grandes empresarios locales y de la inversión extranjera «, insiste.

Esto genera una serie de subproductos: problemas de desempleo y subempleo que hacen que más de un 60% de la población viva en situación de pobreza, una migración constante del campo a la ciudad, una migración del país hacia el exterior y una población juvenil sin trabajo y sin ningún tipo de oportunidades. «La violencia, por tanto, es el resultado de esta aplicación salvaje del modelo neoliberal. Es responsabilidad estricta de unas cuantas familias y de unos cuantos políticos que se dedicaron a servir las multinacionales para poner los bienes comunes que nos da la naturaleza al servicio de su beneficio y en detrimento de la población «, insiste Melo.

Indiferencia internacional

Y todo ello ocurre ante la indiferencia de la comunidad internacional, liderada por el gobierno de Estados Unidos, que sigue apoyando a Juan Orlando Hernández. «EEUU desconfían de la alianza opositora, porque consideran que Manuel Zelaya Rosales jugó sucio cuando fue presidente. En realidad también desconfían de Hernández, pero nadie ha colaborado tanto como él con la política de seguridad de Estados Unidos y por ello han decidido darle el aval cuatro años más, hasta que puedan ayudar a consolidar una nueva generación de políticos de los que no tengan que desconfiar «, explica Melo. Así, Honduras seguirá siendo un territorio geopolíticamente estratégico bajo control estadounidense. «Se está haciendo una política hipócrita, se habla de democracia pero se avala un proceso dictatorial», concluye.

El poder de la industria extractiva

Honduras ha sufrido durante 200 años el expolio constante de sus recursos. Según explica el padre Melo actualmente las compañías canadienses tienen el control prioritario de la explotación minera, sobre todo de minas de oro y de plata. China tiene el control de la explotación de óxido de hierro, todo ello en colaboración con algunas empresas estadounidenses y hondureñas. Los Estados Unidos tienen inversiones en la construcción de las hidroeléctricas, «que con el pretexto de producir energía limpia lo que están haciendo es concentrar el agua para asegurarse de la para las explotaciones mineras», remarca Melo. Canadienses y estadounidenses tienen el control de la industria textil a través de las maquilas, que emplean a 140.000 personas en condiciones precarias. Multinacionales de Estados Unidos y de México controlan el mercado de las telecomunicaciones y EEUU también tienen el control de los carburantes y combustibles. Al mismo tiempo, empresas estadounidenses y centroamericanas muy potentes controlan el turismo y los grandes centros comerciales. También hay empresas extranjeras -colombianas, ecuatorianas y, evidentemente, de EEUU- que tienen las concesiones de las carreteras. Y muchas de estas empresas tienen la concesión de más de cien ríos. «Lo llamamos la industria extractiva, porque se extrae toda la riqueza del país, incluso la humana, al más bajo costo posible para conseguir el máximo de beneficio. Mientras continuamos con este modelo, seguiremos siendo un país con subproductos dramáticos, como la violencia y la emigración”.

La diáspora

Uno de los retos de las entidades sociales hondureñas es movilizar a los emigrantes, más de un millón para un país de 8,1 millones de habitantes. «Es complicado, cargan las expectativas y gustos de aquellos que provocaron su expulsión. Van cantando un himno después de la élite y llevan una bandera que hace creer que somos hermanos en un país donde siempre fuimos extraños. El reto es movilizar y crear comunidad «dice Melo.

«Queremos reconstruir nuestra soberanía»

«Si se mantiene la radicalización de las propuestas de la industria extractiva, con un estado al servicio de las multinacionales y de las élites, y respondiendo a la población hondureña sólo con propuestas asistenciales, entonces iremos hacia el deterioro indefinido, como en el caso de algunos países africanos o de Haití «, lamenta el padre Melo. Liderando la voz crítica de Radio Progreso, el jesuita también interpela la comunidad internacional y recuerda que si bien se puede trabajar con muy buena voluntad para reclamar los derechos de una familia perseguida o de una persona amenazada, lo que hay realmente es recuperar el estado de derecho, y esto requiere un cambio de modelo de país.

«Con varias entidades de la sociedad civil estamos proponiendo un proceso de cinco años, que comenzó en 2016 y que hemos denominado Soberanía 2021», explica. Este proceso tiene su base en el hecho de que el 15 de septiembre de 2021 se cumplirá el bicentenario de la firma del acto de independencia del reino de España, cuando el país quedó en manos de poderosas familias criollas de las cuales son herederas las élites actuales.

«Queremos llegar a las celebraciones con una propuesta seria de reconstrucción de la soberanía, porque a partir del inicio del tercer centenario podamos poner en marcha un modelo nacional soberano y que se exprese con cosas tan sencillas como la consulta permanente a la población , y hacer entender lo que significa soberanía, no sólo en el ámbito territorial y de inversiones, sino también soberanía en el hogar, con la capacidad que debemos tener para tomar libremente nuestras propias decisiones. »

Por tanto, según Melo, esta reconstrucción tiene que cruzar toda la sociedad, e incluye también repensar el modelo patriarcal y romper con la idea de que sólo lo que viene de fuera es bueno y que sólo desde arriba pueden venir las soluciones. Implica también una relación armoniosa con la naturaleza, que incluya los diferentes sectores económicos y la empresa privada. El primer paso ha sido la formulación del proyecto, ahora se están haciendo consultas a escala nacional, sondeos, talleres y entrevistas personalizadas, para poder diseñar los grandes contenidos, «y después hacer una gran alianza con reparto de compromisos y de tareas. Es un trabajo muy grande que no se puede hacer sólo en unos meses. Querer la inmediatez es un riesgo. Las consecuencias de 200 años de haber sido expoliados deja huellas en las mentalidades, que tenemos que cambiar”.