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Sí, era ella. No pude confundirme. Su mismo rostro, su misma piel curtida, su mismo pelo descuidado, su misma mirada con incierta carga de pena acumulada. Solo cambiaba el lugar y su compañía. La conocí entre muchas otras mujeres, muy cerca de El Progreso, en una especie de micro territorio liberado, gritando a todo pulmón No al peaje, en donde hoy solo quedaron las ruinas de aquellas casetas organizadas para el cobro privado de las carreteras. Entonces estaba sola, sí en compañía de muchas mujeres en rebeldía, pero sola. Apenas una jovencita. No la podía confundir, es cierto que no era el peaje, sino la Casa del Migrante en Ocotepeque, pero era ella.
Estaba tirada, en esta ocasión amamantando a su pequeña hija. Así tuve el primer encuentro con María Fernanda Suazo, de 23 años de edad, más curtida por la sobrevivencia que más de la mitad de los adultos que tienen un sueldo y vida estable en el país. María Fernanda se unió a la tercera caravana de migrantes que salió de San Pedro Sula, entre la noche del 14 y madrugada del 15 de enero. Y en este trayecto nos unimos, ella con sus ansias de llegar al norte prometido, yo con mis ansias por devolver la palabra a los migrantes. Y quizás así, algo de las esperanzas perdidas.
María Fernanda tenía su mirada cargada de cansancio. Y desbordando dudas e incertidumbre por todos sus poros. Y no era para menos. Llegó al albergue, el primero en esa larga ruta que cada año hacen miles de migrantes en busca de un norte próspero, y le tocó caminar más de 8 horas, hija en brazos, y con un desvencijado coche cargado de bolsas, la mayoría de productos de primera necesidad y ropa para su pequeña hija. De ella, el coche llevaba unos cuantos harapos para sobrevivir las noches y los soles del camino.
En este primer encuentro María Fernanda fue clara, y me lo dijo sin tapujos: “No hay trabajo, aunque una quiera trabajar dignamente no se puede, en Honduras no hay oportunidades”.
Datos de Visión Mundial aseguran que en Honduras más de 76 mil jóvenes no trabajan ni estudian. Además, el 61.3 por ciento de los desempleados son jóvenes menores de 25 años.
En esa primera plática, la tristeza fue notable en el rostro de María Fernanda. Como si de pronto hubiese caído en la cuenta que estaba dejando atrás su gente, su tierra, su historia, quizás con el empeño cifrado en cambiar su suerte, y porqué no trastocar con ese viaje lejos el futuro para bien de su hija.
Es cierto que se fue del país con su hija en brazos porque encontró que todas sus oportunidades quedaron cerradas porque ni una puerta se abrió para emplearse en algo. Pero también porque a la angustia económica se une el miedo a que la maten. “Tomé la decisión de hacer este viaje también por la persecución que recibo de la Policía en El Progreso. Han llegado a mi casa, me han reconocido y me amenazaron. Siempre me han dicho que yo no podré trabajar porque identificaron que anduve en protestas. Dicen que me tienen en una lista. Yo nunca denuncié por temor, yo estoy huyendo porque tengo miedo que me hagan algo a mí y mi hija”.
Así fue mi primer día de andar con esta caravana de pueblo de sudores y de pies callosos. Y concluí despidiéndome de María Fernanda, yo seguí con mi oficio de arañar entrevistas, ella se quedó en el albergue. Y se quedó clavada en mi mente. Ella descansó porque el día siguiente le esperaba un largo trecho en camino hacia la frontera de Honduras-Guatemala. Curioso el primero y más angustioso punto de tensión para los migrantes fue justamente ese paso fronterizo entre Honduras y Guatemala. No en vano es de estas ásperas autoridades hondureñas que huyen miles de personas jóvenes, como María Fernanda.
María Fernanda me dio un abrazo de despedida, al tiempo que me advertía: “no nos dan oportunidades en Honduras y por eso vivir es tan difícil. Tan difícil como salir del país. No nos dejan ni estar ni nos dejan abandonarlo”. El dolor no da tregua. A los migrantes les duele el camino, las autoridades hondureñas les produce dolores con sus amenazas y chantajes. Y la nostalgia de la familia que tanto aman, tampoco los deja en paz. El camino es un dolor que crece paso a paso hasta convertirse en la mayor carga del camino.
Tensión en frontera
El riesgo de encontrar una frontera militarizada forzó al primer contingente de migrantes salir la fría y lluviosa noche del 14 de enero de 2019. Tomar camino y adelantarse, también fue una forma de expresar sus deseos de huir de Honduras.
El resto de migrantes, que por cientos se aglutinaron en la central Metropolitana de San Pedro Sula, esperó la madrugada del martes 15 de enero, y muchos de ellos se encomendaron al Cristo Negro de Esquipulas, el Cristo de los marginados, de las discriminadas. Los rostros de jóvenes y mujeres con niños en brazos, como los cristos vivientes, sobresalieron de esa postal humana de gente caminando o pidiendo jalón. El recorrido del norte a la frontera de Agua Caliente en el departamento de Ocotepeque duró, con suerte 8 horas, ratos a pie, en buses o camiones.
En un monitoreo realizado ese mismo 15 de enero la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica y Norteamérica (RJM-CANA), junto a la Red de Organizaciones de la Sociedad Civil para la protección de las Personas Desplazadas (Red OSC), registró un aproximado de 1500 personas que llegaron a la frontera entre Guatemala y Honduras. Con los días y las semanas, esta cifra se habría de quintuplicar, no obstante la feroz campaña mediática de la Embajada Americana, en comparsa con el gobierno hondureño, por hacer desistir a los caravaneros de proseguir en su empeño migratorio.
La tarde de ese martes la presencia policial y militar fue evidente, cientos de elementos impidiendo el paso de los migrantes, a pesar que muchos llevaban su cédula de identidad, documento que según ley se requiere para ingresar a Guatemala. Las barreras policiales y el lanzamiento de gas lacrimógenas no impidieron que los migrantes soportaran horas instalados en esa vía, hasta lograr pasar a la aduana de Agua Caliente.
La presión de los migrantes hizo que la desesperada policía comenzara con un primer registro, que horas después quedó evidenciado que no tenía razón. La gente no se detuvo ante nada. Muchos pasaron por el registro migratorio. Muchos otros se lanzaron a la aventura migratoria por puntos ciegos.
Así los caminantes daban su primer paso fuera de Honduras. Los mil quinientos en pocas horas se convirtieron en más de 2 mil al comenzar el recorrido por Guatemala. Y después, con las semanas en cuatro mil, y así multiplicándose como el pan multiplicado en el milagro de arañar vida.
La decidida Cinthia
Luego de una noche tensa, durmiendo en el frío pavimento y con una frontera repleta de policías, los migrantes poco a poco fueron saliendo de Honduras. Iniciaron su recorrido desde Esquipulas, una comunidad del municipio de Chiquimula, zona fronteriza entre ambos países, y pasaron al pie del Cristo Negro de Esquipulas, el mismo día en que milerías de de gentes llegan a encender velas y a hacer sus rogaciones ante su suerte ingrata.
Varios integrantes de la caravana pasaron por el “albergue José”, una casa del migrante atendida con el cariño y el esmero que da un grupo de voluntarios de la iglesia católica. Allí cientos de migrantes hicieron una pausa, buscaron darse una ducha, comer algo o simplemente un respiro para pensar lo andado, y para preguntarse si tenían fuerzas para continuar el largo y peligroso recorrido.
Desde Nueva Ocotepeque, donde se ubica la aduana de Agua Caliente, hasta la ciudad de Guatemala es necesario andar más de 200 kilómetros. El Rancho – Río Hondo, San Jacinto, Padre Miguel, desvío a Zacapa, son algunos de los lugares que se recorren hasta llegar a la fresca ciudad de Guatemala.
Entre el municipio de Esquipulas, a paso lento producto del cansancio y el fuerte sol, nos encontramos a un grupo de migrantes. En pocas horas los desconocidos hicieron un trato: ir en manada para garantizar su seguridad. En el grupo la mitad eran mujeres, varias de ellas embarazas, otras junto a sus niños y niñas.
El grupo de migrantes se detuvo a descansar, algunos carros se detienen sacan agua, refrescos y churros, es el acto generoso de una Guatemala que carga una crisis similar. Los guatemaltecos ven pasar la caravana con pesar en su alma, sabiendo que pueden ser sus nacionales, incluso ellos mismos. Esa pausa nos permitió conversar con varios de ellos, cada uno de los testimonios marcado por la pobreza que en Honduras afecta a más del 60 por ciento de la población.
El Salvador, Guatemala y Honduras se encuentran entre los países más pobres del hemisferio occidental, con un 44%, 68% y 74% de niños que viven en la pobreza, respectivamente.
Los testimonios estaban vinculados a esos jóvenes que por meses buscaron empleos en fábricas, mujeres que huyen de sus parejas porque las maltratan, madres y padres que llevan a sus hijos ilusionados con darles un futuro distinto, darles comida, educación y sobre todo seguridad.
Las historias se cuentan por miles, cada una más difícil, más dolorosa, más incrustada en una realidad que terminó de desparramarse con el golpe de Estado de 2009 y con la crisis que provocaron las elecciones de 2017, cuando Juan Orlando Hernández se impuso por la fuerza.
Un informe del diario británico The Economist afirma que Honduras es considerado un régimen híbrido, ocupa una posición peor que en años anteriores y se encuentra a un escalón de ser un régimen completamente autoritario.
Entre esas historias me topé con Cinthia, esa pequeña de 14 años iba con su padre y hermanito de 10 años. Fue ella misma, a su corta edad, la que al enterarse de la caravana, le dijo decidida a su papá que era la oportunidad de buscar una mejor vida. La fuerza de sus palabras, las energías a pesar del camino de incertidumbres me impactaron. Además, en ella encontré el reflejo de mi hija. María José, mi hija, apenas con dos años menos que Cinthia, también podría tomar la decisión de salir huyendo de un país que la margina, violenta y discrimina. Fue inevitable: Cinthia se convirtió rápidamente en mi María José. Y me revolvió las entrañas hasta el tuétano.
Los niños, niñas y jóvenes son víctimas sistemáticas de la violencia que golpea a Honduras. Entre 2014 y julio de 2018 han sido asesinados 3.479 menores, situación que también propicia su desplazamiento forzado, datos de la organización Plan Internacional.
En el recorrido tuve la oportunidad de conversar con Cinthia sobre sus sueños, las razones que la hicieron pedirle a su padre sumarse a la caravana y sus planes si lograba llegar a Estados Unidos. Sin yo merecerlo, Cinthia me abrió su corazón, y la escuché como periodista y llevé sus palabras a mi corazón como madre de María José. Las dos funciones se fusionaron, porque a fin de cuentas era yo, Iolany Mariela, la que escuchaba, sin partirme en nada más que en un ser humano igualmente madre de familia y periodista. Cinthia me contó sobre las condiciones en las que ha sobrevivido en la colonia Los Laureles, en El Progreso, Yoro, y sobre sus deseos de seguir estudiando, ayudar a su madre y, óigase bien, diez hermanos que quedan en Honduras.
Acompañé a Cinthia hasta que nos despedimos en el albergue Escalabriniano de la Zona 1, en la ciudad de Guatemala. Ella siguió en compañía de su padre y de su hermano Adán dentro del albergue junto con otro grupo. La mayor parte de migrantes debió quedar fuera de la Casa del Migrante, porque no cabían, y debieron dormir entre la basura que en gran parte dejaron tirada ellos en la acera, y pasar la noche en ese terrible frío de esa peligrosa calle de la Zona.
Nuestro segundo encuentro
La mañana siguiente llegamos nuevamente al albergue de la zona 1, en espera de los otros cientos de migrantes que durante la noche hicieron el recorrido desde Chiquimula hasta la ciudad capital.
Nos impresionó llegar al lugar. Lo dejamos repleto de basura, y lo encontramos completamente limpio, y sentí ese sano orgullo de saber que mis paisanos eran responsables con el aseo de una ciudad que no era de ellos, pero es parte de la humanidad. Falsa alegría. El encargado del albergue dijo que el personal de la Casa del Migrante y los empleados públicos realizaron la limpieza, evitando que la población se quejara tras el paso de la caravana, como sucedió en las dos anteriores. Con mucha soltura el encargado del albergue nos brindó datos sobre las más de dos mil atenciones que dieron en las últimas horas a una población migrante muy descuidada con la limpieza. Agradecimos su gentileza, desde el corazón, también nos disculpamos, y seguimos en nuestra ruta.
Apenas me di la vuelta cuando apareció ante mis ojos la presencia viva de María Fernanda sentada en la acera, como la misma pintura de un día antes, con su bebé en brazos y su destartalado cochecito. Sí, era ella. Estaba viendo como a ninguna parte. Me dijo emocionada que le alegraba que nos viéramos de nuevo, y de inmediato me contó que había llegado en la madrugada, y como sus piernas ya no le respondían, se quedó en el albergue. Y entonces, delante de mí, lloró de impotencia.
Su cansado recorrido es apenas un cuarto de lo que debe avanzar si quiere llegar hasta Estados Unidos. María Fernanda decidió esperar, reponer energías para continuar, temía que el camino de Ciudad de Guatemala a la frontera con México fuera agotador, que terminara en un hospital donde no tendría fuerzas para cuidar de su hija. Decidió esperar que alguien, algún samaritano, diera algunos quetzales para pagar un bus directo hasta Tecun Uman.
La volvimos a dejar sentada, ahora en aquella acera frente al albergue. Seguimos avanzando para llegar a la frontera con México, a donde estaba llegando la avanzadilla de la caravana de migrantes. Llegaban al puente sobre el río Suchiate que separa la ciudad de Tecun Umán en Guatemala con Ciudad Hidalgo en México.
Unas 7 horas nos tardamos para llegar de la capital guatemalteca a la frontera. Es una carretera que revela los bellos y verdosos paisajes que tiene Guatemala, esos que despiden a cientos de migrantes que utilizan esa ruta para continuar hacia el norte. El tráfico y varias paradas para comer e ir al baño nos hicieron llegar pasadas las siete de la noche del día 17 de enero.
La ciudad de Tecun Uman, cabecera municipal de Ayutla, en el departamento de San Marcos, es calurosa, y esas noches de mediados de enero la temperatura superó los 35 grados. La presencia de miles de migrantes incrementó el calor. Para los migrantes Tecun Umán es lugar de paso, cuando más rápido lo pasen, mejor, porque eso significa que ya ingresan a territorio mexicano.
¿Cambió el modelo de migración?
Con un recorrido de dos días, el primer grupo de migrantes comenzó a llegar a frontera entre la tarde y noche del 17 de enero. Algo distinto tuvo su recibimiento, esta vez no hubo presencia militar ni policial. Se sorprendieron cuando agentes del Instituto Nacional de Migración de México los recibían pidiendo hacer una fila en todo el puente que une los dos países.
El amontonamiento de migrantes cruzando el río Suchiate en las famosas “cámaras” fue cosa del pasado. Cada grupo que llegaba era atendido colocándole un brazalete, como inicio de la solicitud de visas humanitarias.
Sorprendiendo a propios y extraños, el gobierno mexicano anunció la entrega de permisos para que migrantes puedan entrar de forma regular, con un documento que les permitirá su estadía y trabajo durante un año. Tonatihu Guillén, director de Migración del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, dijo en conferencia de prensa y en medio de cientos de migrantes que luego del trámite los permisos serán entregados en los siguientes 4 a 5 días, y que esta decisión se tomó para ratificar la migración como un derecho.
David León, coordinador de Protección Civil, también participó en esa conferencia, asegurando que se está implementando un Protocolo para atención al fenómeno de migración, como resultado del acuerdo de desarrollo con el Triángulo Norte que firmó López Obrador el pasado 01 de diciembre, día de la toma de posesión.
En otro monitoreo, la Red Jesuita con Migrantes aseguró que la principal novedad en México es que la caravana no fue recibida por policías ni militares, sino por civiles del Instituto de Migración quienes explicaron el plan que México había pensado: facilitarles un albergue en Ciudad Hidalgo, justo en la frontera, y tramitarles la visa humanitaria, que les permite tener permiso de trabajo y acceso a salud, educación, entre otros.
A pesar que esto supone, sin duda, un quiebre en la lógica de las políticas migratorias de México, la incertidumbre del futuro de estos días, y las preguntas sobre lo que viene son muchas. La primera ya viene de la mano de los propios migrantes, muchos de los cuales no se han acogido a esta propuesta, por la mala experiencia de la anterior caravana en la frontera Sur de México.
El adiós
El anuncio de entrega de la “tarjeta de visitantes por motivos humanitarios” hecho por el gobierno mexicano, provocó en cuestión de horas que más migrantes tomaran la decisión de huir de Honduras. Rápidamente saturaron Tecun Uman, donde debieron permanecer hasta que se les entregara el documento que les permite avanzar al norte, ahora distinto, con un permiso que puede reducir los peligros que por historia ha representado México.
Luego del trámite, la situación es compleja para los migrantes, quienes deben permanecer en el parque de Tecun Uman o dormir entre las líneas del tren que están en el puente sobre el río Suchiate. En esa larga espera, el reto cotidiano es pensar dónde dormirán, qué comerán, dónde podrán bañarse y cómo hacer para evitar enfrentamientos con vecinos de la zona que rechazan la presencia de migrantes.
En las últimas horas de cobertura, nuestro equipo de Radio Progreso decidió recorrer nuevamente ese puente que en cada momento contaba con más presencia de migrantes. Yo ilusionada por cruzar mirada con muchos de ellos con quienes conversamos en toda la ruta.
Y de nuevo, entre las miradas con las que me crucé, estaba la de María Fernanda. Era una noche únicamente iluminada por la hermosa luna llena de esos días. La encontré haciendo fila para el trámite del visado. Me contó que logró conseguir los más de 100 quetzales para el pasaje y hasta para una burrita. Y seguía en pie de lucha, así como estuve al pie de la lucha en contra de los peajes en la costa norte hondureña.
Fue inevitable acercarme y sonreír. Sin saber lo que le esperaba en esa frontera me dijo que era un descanso saber que ya estaba allí, y que dentro de unos días le entregarían una visa que le permite moverse por México, alejándose así de Honduras. Sus planes son intentar cruzar a los Estados Unidos, donde viven algunos familiares que hicieron la promesa de ayudarla para que ella y su hija se brinquen, como se le conoce al paso irregular entre las fronteras.
Esa noche nos despedimos, le agradecí por contarme su historia, por permitirme entender las causas que le están expulsando de Honduras. No solo comprender, sino sentir esa decisión que toman tantas madres que juntos a sus hijos agarran camino. La noche fue aún más generosa, en ese mismo puente también me reencontré con Cinthia, su hermanito Adán y su padre. La alegría en sus rostros era innegable. “Cansados, pero ya estamos acá, nos darán una visa”, me dice esa niña de 14 años. Ella siente que está más cerca de su sueño, aunque la alejen de su familia.
María Fernanda, su hija, Cinthia, Adán y su padre, quedaron junto a esos miles de migrantes. Ellos no saben qué comerán, dónde dormirán. Todo sigue siendo una incertidumbre. A fin de cuentas, su vida entera ha sido una incertidumbre en Honduras. La diferencia es que ahora en la frontera mexicana, ellos se sienten más cerca del lugar que, según el latido de su corazón, les garantizará su vida y la oportunidad de un futuro digno. Ese es su latido, aunque la realidad que les espera es mucho más que sus latidos. Es más y prolongada incertidumbre.
Por: Iolany Mariela Pérez,
Periodista hondureña, contadora de historias que pretenden dignificar la vida de la gente. Actualmente coordina el equipo de Comunicaciones de Radio Progreso-ERIC.
Correo: iolanyradio@gmail.com