Por J. Donadín Álvarez.
En Honduras se sufre las consecuencias de un gobierno usurpador, cínico, criminal, fraudulento, ilegal, ilegítimo y neoliberal. Nadie está exento; desde el ciudadano que sobrevive de la recolección de botellas de plástico hasta el que escuda la vergüenza de saberse pobre detrás de un título académico. La narco-dictadura ha succionado toda esperanza de superación personal a la vez ha saqueado todas las instituciones estatales.
Sin embargo, a pesar de tanto atropello a la dignidad humana las personas no protestan en la medida necesaria. Al menos no lo hacen en las calles. Si bien, el Facebook o el Whatsapp están saturados de mensajes de inconformidad con la tiranía azul, las calles no han sido testigos de masivas protestas exigiendo una sola cosa no negociable: la salida del narcodictador y sus secuaces de la administración del Estado.
Las razones que han desestimulado la protesta social son varias. Cabe destacar la campaña mediática de la dictadura, satanizando todo acto de manifestación popular, y el proceso de siembra de la indiferencia del ciudadano promedio a la protesta en la calle pues según los medios de comunicación plegados a la dictadura, protestar es un acto de vandalismo. De igual manera ha incidido entre la ciudadanía la intimidación llevada a cabo por los agentes represivos del Estado a través de asesinatos selectivos.
Pero, ¿qué tan fuerte puede ser la dictadura azul si el pueblo hiciera de las calles su escenario principal en la lucha por derrocarla? El criminal que gusta llamarse “presidente” no duraría una semana en el poder si tan solo un millón de los pobres que pululan en este terruño centroamericano se plantaran en las principales arterias económicas del país exigiendo su salida de manera irrevocable.
Sin duda, la ruta para derrocar al gobierno está en la calle. Aunque la sucia campaña mediática gubernamental pretenda hacer creer que la protesta no tiene ningún sentido, esto no es cierto. Por el contrario, es más impactante de lo que se puede considerar. Por ejemplo, cuando las personas expresan su rechazo al dictador éste se siente desafiado y su propia seguridad como hombre con poder se ve afectada. Hay en él un impacto psicológico negativo al saberse tan repudiado por el pueblo al que nadie le dio la potestad de representarlo. Por otra parte, la lucha popular, masiva y constante puede derribarlo por represivo que sea. No hay tantos soldados como para perseguir uno a uno a los protestantes. Incluso, la situación se le complicaría si su agenda se enfocara únicamente en sofocar protestas debido a que esto le significaría un descuido de los otros compromisos asumidos con la empresa privada, con el Fondo Monetario Internacional, con la Organización de Estados Americanos y directamente con el gobierno de los Estados Unidos (y ni hablar de sus actividades obscuras en las cuales su hermano Tony Hernández ha sido un reconocido líder). Así que, si se desatiende de los otros asuntos por estar jugando al gato y al ratón con el pueblo que protesta correría el riesgo de que sus propios aliados lo traicionen.
Ahora bien, para que la protesta en la calle logre derribar a la dictadura se debe cumplir con los siguientes requisitos: masividad y unidad.
Para lograr la masividad se necesita que el llamado lo hagan líderes con capacidad de convocatoria y de respetable trayectoria social o política. Está claro que “en río revuelto hay ganancia de pescadores” y algunos sujetos que anhelan gloria barata podrían asumir un perfil de lucha social y de convocatoria popular con miras a proyectos electorales en el futuro pero, su lucha sería poco sincera y poco comprometida con el anhelo popular de destruir a la tiranía azul. A este tipo de personas se les debe depurar.
La masividad es necesaria; la protesta en pequeños grupos la vuelve vulnerable al ataque de los asesinos del gobierno y con poco impacto mediático. Se debe recordar el adagio popular que establece “una sola golondrina no hace verano”. Por esto es tan necesaria la participación masiva pues la voz de muchos, al unísono, es imposible ignorarla a través de los medios de comunicación nacional e internacional. Además, cuando la presencia es masiva las personas que participan experimentan una sensación de poder y sienten que son parte de un proceso que las supera a ellas mismas. ¡Esto es maravilloso!
En cuanto a la unidad, la protesta popular debe estar orientada al logro de la meta principal: la caída de la dictadura. Si la lucha se hace de manera sectarizada no se logrará el objetivo común. Los transportistas, los médicos, los profesores, etcétera deberán encasillar sus propias demandas mientras se unen al clamor unificado de todo el pueblo consistente en derrotar a la pandilla azul que dirige Juan Orlando Hernández. Después habrá tiempo para analizar cada petición de los diferentes sectores sociales, pero no se debe olvidar que el inicio de los cambios está en la salida del dictador.
Es importante recordar que la protesta es un derecho constitucional y, por consiguiente, ejercerlo no debe ser motivo de penalización. Además, como en Honduras no se gobierna para el bienestar de la mayoría, más temprano que tarde, la dictadura caerá por fuerte que parezca.
¡La ruta está en la calle!