Nuestra palabra
Lunes, 03 Diciembre 2018

Diálogo Nacional: dudas y deudas

La cultura de diálogo es tan necesaria para el desarrollo democrático de un país. Es un instrumento de habla y escucha que permite avanzar para encontrar los caminos y luces que conduzcan a encontrar pistas mínimas a las crisis crónicas e históricas que hemos vivido en el país.

Hace casi doscientos años, en los momentos de la independencia formal, cuenta la historia oficial que se entabló un diálogo entre las clases dominantes de la época. Los peninsulares, los criollos y mestizos, además de la jerarquía de la iglesia católica, las fuerzas del orden y las representaciones de la Corona española, se reunieron en Guatemala y así dialogar sobre el proceso de independencia. Los grandes ausentes en ese diálogo fueron las mayorías excluidas y relegadas que estaban bajo la dominación y esclavitud del momento.

A un poco de más de tres años de cumplir el bicentenario de la independencia de la corona española, Honduras está sumergida en una crisis profunda, consecuencia de la no resolución sistemática de conflictos de larga data. El golpe de Estado de 2009 y la más reciente crisis electoral de 2017, son ejemplos claros de esa crisis. Por ello, las fuerzas políticas tradicionales y emergentes, se sumaron a la construcción de un diálogo que pretendía entre otras cosas dar tiempo de gobernabilidad a un presidente carente de legitimidad.

En las últimas semanas hemos escuchado voces que han dado elementos contundentes y concretos sobre la consolidación de redes de naturaleza criminal que dirigen los hilos del Estado hondureño. La red criminal corrupta liderada por Juan Orlando Hernández y su hermana, la desaparecida Hilda Hernández y la vinculación de Antonio Hernández, otro hermano del presidente, señalado como uno de los narcotraficantes más poderosos de la región centroamericana, por el gobierno de los Estados Unidos. Todos miembros prominentes del Partido Nacional.

Por lógica simple, los mismos señalados en sendos casos de corrupción y vinculaciones reales con el tráfico de armas y narcóticos, son los mismos impulsores y defensores de la implementación de un diálogo que, al igual que hace casi doscientos años, volvieron a excluir a las grandes mayorías empobrecidas de la historia hondureña. En el diálogo se sentaron las mismas cúpulas político-partidarias para, según ellos, resolver la crisis profunda provocada por ellos mismos.

Con ese patrón característico de un diálogo que excluyó a las inmensas mayorías, era previsible que nacería moribundo y aportaría muy poco a la resolución de la crisis. Sumado a ello, el Partido Nacional, ha mutado a una flamante organización criminal que ha manejado la seguridad, la economía, la salud y también la propuesta de un diálogo nacional, administrado para sus propios intereses. La historia es implacable y sigue señalando que cualquier iniciativa de diálogos y acuerdos nacionales, sin las grandes mayorías, está condenado a ser un fracaso más de los grupúsculos políticos que gobiernan el país.

 

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