Contumacia hondureña
Habiendo sido el hondureño que más poder concentró en el presente siglo, Juan Orlando Hernández pasó a convertirse en el primer ex presidente del mundo del siglo veintiuno en sr enjuiciado y condenado en los tribunales de Estados Unidos por narcotraficante y conspirar para el trasiego y uso de armas de grueso calibre para fines criminales.
Esta condena no es para regocijarnos, es un asunto muy serio. Ocurrió fuera de territorio hondureño, y esto toca la historia de sometimiento de Honduras a las decisiones estadunidenses que colindan con el vasallaje, y tiene que ver con la ratificación de ausencia nacional de una institucionalidad de justicia independiente de los poderes políticos y económicos.
Tanto la actitud del ex presidente como las voces de la casta política local, nos deja ante la cruda contumacia vernácula hondureña. Desde el inicio hasta el instante cuando recibió la condena, Juan Orlando Hernández se declaró inocente, con las abrumadoras pruebas en su contra. Ya antes, su hermano Tony, sentenciado a cadena perpetua, nunca aceptó culpabilidad alguna.
Y cuando volvemos al interior de Honduras, nos encontramos con los miembros del Partido Nacional unidos a otras voces de religiosos mercaderes que sin pestañear no solo declaran inocente a su líder condenado, sino que lo colocan a la altura de los máximos líderes espirituales y de la resistencia mundial llegando al extremo de confesarlo inmaculado como la Magdalena.
Y de igual manera, el resto de la casta política criolla, en lugar de echar la mirada hacia adentro de sus prácticas de pudrición ética e institucional, marca distancia con el condenado y hace referencias a sus propias historias igualmente inmaculadas. Eso es justamente la contumacia hondureña: la tenacidad y dureza del ex presidente y de los políticos criollos en mantenerse en el error sin aceptarlo, y en ocultar tantos delitos haciendo creer que no los han cometido.
Juan Orlando Hernández ha quedado como el político hondureño contumaz, es decir, que de principio a fin se mantiene con firmeza en el error, en el delito, sin aceptarlos. Y detrás de él sigue una larga estela de políticos criollos, igualmente contumaces.
Esta contumacia hondureña solo se ha de romper con una institucional de justicia independiente, respaldada con firmeza con un instrumento internacional como la CICIH, pero por igual con la tarea desde ahora, de poner en marcha un plan nacional de formación con una mirada de largo alcance, que apoye la irrupción de nuevas generaciones comprometidas con una política que esté bañada de ética hasta los dientes, de manera que junte la palabra con actitudes de honestidad y transparencia.
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