Hace más de cinco siglos, cuando las costas hondureñas no conocían la mano devastadora de los imperios europeos, existía una impresionante belleza natural. Hoy en día, con tanta destrucción del medio ambiente que nos rodea, nos cuesta imaginarnos cómo era esa naturaleza virgen. Pero tenemos las palabras de un hombre de fe, Fray Bartolomé de las Casas, quién conoció la primitiva belleza de nuestra tierra y dio testimonio de ella. Escuchemos con atención el siguiente texto, algo extenso, pero muy iluminador que escribió en aquel entonces este hombre misionero:

«Todas aquellas regiones por la mayor parte son tierras alegres… graciosas, muy bien asentadas. Los collados, los valles, las sierras y las cuestas muy limpias de charcos hediondos, cubiertas de yerbas odoríficas y de infinitas yerbas medicinales y de otras comunes muy graciosas…, y riéndose todos los campos…Los montes o bosques de todas ellas son altísimos. Las especies de árboles son pinos de los cuales hay a cada paso infinita cantidad; hay encinas, alcornoques pocos, robles, laurel, grandísimos y odoríficos cedros blancos y colorados, los árboles de guayacán con el que se curasen las hubas y otras enfermedades que proceden de la humedad… ¿Quién cortará los frutales y las naturalezas de ellos, y la suavidad y sanidad justamente de sus frutos y la multitud numerosa de animales, así domésticos como silvestres? Los aires locales son claros, delgados, sutiles y clementes… Las aguas que riegan toda aquella tierra sustentan las gentes infinitas de ellas son sutiles dulcísimas, maravillosas, rapidísimas, claras…y como son infinitos los ríos, arroyos y quebradas, y la tierra de donde comienzan y por donde pasan tan grande. Por eso hay en esta tierra los más grandes y odorosos ríos en toda la redondeza del mundo».

Hoy, por desgracia, la realidad es muy distinta de la que percibió hace quinientos años Fray Bartolomé. Las personas no representaban un peligro para el medio ambiente ni éste tampoco era una amenaza, sino una ayuda para su bienestar y vida digna. Y por supuesto, nuestra realidad ecológica es diferente de cómo la soñó el mismo Creador cuando el libro del Génesis presenta a Dios Nuestro Señor recreándose en la creación viendo que «todo era bueno».

Aquí en Honduras estamos rodeados por señales evidentes de un progresivo deterioro ecológico. Y a esto se suma el riesgo de seguir destruyendo ya no solo los bienes naturales en tierra firme, sino en nuestras islas, las cuales debían destinarse a recrear la naturaleza y proteger las diversas especies marinas. A pesar de algunos esfuerzos por detener la destrucción de nuestros bosques, la depredación sigue y ahora extendidas ante la decisión oficial de construir una cárcel en Islas del cisne, que ya fueron usadas como base militar por el gobierno de los Estados Unidos.

Desde nuestra conciencia ciudadana y desde nuestra fe cristiana reafirmamos que el futuro no se puede sostener desde medidas que destruyen el ambiente ni con medidas que imponen la violencia y destruyen la libertad. Para nuestra fe, no es la destrucción del ambiente ni la imposición de la fuerza lo que nos edifica como humanidad, sino la siembra de la paz y la justicia. Las tierras de nuestras valles que hace tan solo una generación eran de los más fértiles del continente, ahora se están agotando y envenenando. Las abundantes aguas que tanto agradaron a Fray Bartolomé de Las Casas ahora comienzan a escasear de manera alarmante. El mismo aire que inhalamos queda cada día más saturado de los humos ponzoñosos de los camiones, buses y todo tipo de carro y de las quemas que año con año convierten a nuestras montañas en tristes cerros pelados.

¿Seguiremos permitiendo que se nos agote la naturaleza? ¿Permitiremos que se siga contaminando nuestro medio ambiente, y destruyéndolo, ya no solo en la tierra firme sino ahora en nuestras islas? ¿No debíamos apostar desde nuestra conciencia ciudadana y desde nuestra fe cristiana porque las Islas del Cisne sean hoy y para siempre una reserva de flora, fauna y vida marina? Hoy es tiempo aún de responder, mañana, sin duda alguna, será muy tarde.