Un escrito que recoge varios testimonios de migrantes que salieron días después de la caravana masiva que está en territorio mexicano. Migrantes hondureños que relataron los motivos que los obligan huir de Honduras, un país que hasta ahora no facilita las condiciones para vivir en dignidad.

Por: Iolany Pérez

El camino inició temprano, seguramente no tanto como madrugan los migrantes. Salimos del norte, de la ciudad de San Pedro Sula, con rumbo al occidente hondureño, ese que, por hacer frontera con Guatemala, se convirtió en una de las rutas más transitadas en las últimas semanas.

En el camino fue imposible dormir, ver el paisaje que despide a los migrantes me llenó de nostalgia, me recuerda la Honduras tan bella que tenemos, y que muchos no pueden seguir habitándola por la realidad de violencia, inseguridad, desigualdad y pobreza extrema.

Según el Foro Social de la Deuda Externa (FOSDEH), el año 2017, Honduras cerró con 110,000 familias que se sumaron a la lista de nuevos pobres. El FOSDEH señala que el crecimiento de la pobreza en Honduras es el resultado de un enfoque equivocado de las políticas sociales, basadas en los programas asistencialistas y no en acciones orientadas a provocar una movilidad social.

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La primera parada no fue necesariamente el chequeo de la frontera Agua Caliente, sino la entrada al departamento de Ocotepeque, un retén policial militar nos alertó. Allí los agentes, con personal de Migración, bajaban a cada ciudadano de los buses de ruta para pedir sus papeles. Fue en ese retén que conocí a un joven de mirada tímida, nervioso por no saber qué suerte correría. Leonardo, con apenas 17 años de edad también buscaba su norte, pero fue detenido por ser menor de edad y no contar con una autorización de sus padres.

El rostro de Leonardo refleja dulzura, nerviosismo y timidez. Su hablar es pausado, no sabe qué pasará, sus amigos sí continuaron el camino. De inmediato aparece un autobús con rótulos claramente visibles: Honduras está cambiando, Presidencia de la República. Los agentes de migración comentan que, por ser menor de edad, deberá ser llevado al DINAF (Dirección de Niñez y Familia), instancia que lo retornará con su familia.

Como una muestra que están haciendo las cosas bien, los agentes nos permiten subir al autobús que llevará a Leonardo al centro donde mantienen a los menores detenidos en esta denominada crisis migratoria. Fue en ese bus que comenzamos la plática. Dejó a un lado la timidez, nos comentó que es originario del departamento de Colón, una zona de más de 10 horas de distancia de donde nos lo encontramos. Viajó hace semanas al departamento de Copán, allí unos amigos lo emplearon en el rubro de la construcción, el trabajo terminó, y en Honduras la única oportunidad que parece existir es salir, migrar hacia el norte.

Leonardo fue llevado a la aduana Agua Caliente, allí fue entregado a empleados del gobierno, quienes aseguraron que el siguiente paso era entregarlo a sus padres. Nos despedimos de ese joven que cerró nuestra plática asegurando que intentará nuevamente cruzar frontera, quedarse en Honduras sin estudio ni empleo es morirse en vida, dice.

Hasta el mes de junio de 2018, la Oficina de Aduana y Protección Fronteriza de Estados Unidos registraba unos 1,500 menores que viajaban solos y que fueron detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos.

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Luego de varias semanas de permanecer cerrada, las autoridades de Guatemala y Honduras habilitaron el paso por la frontera Agua Caliente, esa que meses atrás recibía toda la atención en el marco de la firma del acuerdo Unión Aduanera Honduras-Guatemala. Para los gobernantes Otto Pérez Molina y Juan Orlando Hernández la mercadería está por encima que las personas, los productos en todo ese tiempo no fueron retenidos, las personas sí.

Casa Migrante José  

Esa mañana el chequeo migratorio fue en medio de cámaras, allí los medios nacionales informaban sobre la apertura de la aduana. El gobernador político, autoridades de COPECO, Migración y DINAF, estaban listos para brindar reacciones sobre la atención brindada a los migrantes que retornaban “voluntariamente” a Honduras. Según recuento del gobierno, suman más de 3 mil las personas que regresaron al país. En dos días de frontera nunca vimos algún bus retornando migrantes.

Luego del chequeo migratorio, anduvimos media hora hasta llegar a Esquipula, ese pueblito de tanta devoción para el Cristo Negro, ese lugar que cada año es inundado por fieles católicos que piden por la protección de sus familias, curarse de alguna enfermedad, salir de los problemas económicos, hasta la protección en el largo y peligroso camino hacia Estados Unidos.

Cruzar sus calles y no encontrarse al santo es impensable. A pesar de ser un pueblo pequeño, tiene mucho movimiento, tiendas, vendedores en las aceras, parques o plazas llenas de ciudadanos y ciudadanas conversando o simplemente tomando café. Llegar a la Casa del Migrante José es accesible, sino cualquier poblador puede indicar dónde queda, es un lugar de referencia.

Esa mañana un grupo de 50 migrantes, todos hondureños, llegaron a la Casa de Migrantes José. Fue allí que los encontramos, unos sentados en la acera, otros acostados en el piso del albergue y varios caminando por el pueblo.

En la entrada un hombre bajito, trigueño y de bigote hablaba con el grupo de migrantes. Luis Lemus, voluntario del albergue explicaba a los migrantes las reglas de este espacio que, además, de dar techo brinda alimentación y vestimenta. Luis sale corriendo a la cocina, allí toma un palo de madera y comienza a mover el pozol que horas después cenaron los migrantes.

“En menos de dos semanas hemos atendidos a más de 10 mil personas que han pasado por el albergue. Aquí siempre se les atiende, siempre serán recibido con mucho cariño, el pueblo es muy solidario”, dijo al inicio de nuestra plática.

La Casa Migrante José es atendida por voluntarios católicos, quienes diariamente llegan para atender a los migrantes. Hacer comida, limpiar los cuartos, baños o simplemente brindar información están entre las actividades diarias, todo como una entrega generosa de esos voluntarios que se convierten en los protectores en todo el camino. Este refugio es el primero que los migrantes encontrarán en su recorrido.

La cena compartida

El reloj marcó las seis de la tarde. Es la hora indicada para que Luis, dos voluntarias de cocina y Juventino, encargado de la Casa comiencen a servir la cena. Ese día los frijoles, arroz, pan y huevo estuvieron en los platos de los más de 50 migrantes que esa noche descansaron en el albergue. Por seguridad de los migrantes la Casa cierra a las ocho de la noche.

Con la intención de alcanzar la primera caravana que salió de San Pedro Sula el 13 de octubre, el grupo de migrantes decide salir a las tres de la madrugada. Allí comenzó el inicio de su largo y cansado recorrido, tres horas después se acercaban a Chiquimula. Fue en medio de un descanso que logramos hablar con ellos, únicamente una mujer iba en el grupo. Laura, capitalina, nos contó que salía de Honduras en busca de mejores oportunidades.

Entre lágrimas nos contó que su hija murió 15 días atrás de un cáncer mal tratado en el hospital Escuela Universitario de Tegucigalpa. Su hija dejó 4 pequeños hijos, ella tiene 5 más, es imposible alimentar 9 bocas con un salario de 5 mil lempiras como aseadora de calles en la alcaldía Distrito Central.

La desesperación de ver a sus hijos y nietos sin comidas, sin futuro en Honduras hace que tome la decisión de salir con rumbo a Estados Unidos. Ella iba junto a un vecino, quien lleva años intentando encontrar empleo, pero tener más de 35 años se convierte en una cruz en Honduras.

Testimonios

A pesar de la desconfianza que existe hacia los medios de comunicación en Honduras, debido mal manejo de información, los migrantes nos brindaron la oportunidad de escuchar de sus propias bocas las razones que los empujaron a salir del país, dejando todo atrás, exponiendo sus vidas y luchando por mejorar sus condiciones.

Entre tanto testimonio escuchamos el de Carlos, por seguridad así lo llamaremos. Un joven de 27 años originario de Choluteca. La necesidad lo hace ingresar a la carrera militar, estuvo 3 años trabajando en las Fuerzas Armadas, dos años más en la Policía Militar. Aseguró que no salió por el proceso de depuración, para comprobar eso nos mostraba su carta de retiro, dice que él la pidió porque se cansó de estar reprimiendo al pueblo, además el bajísimo salario que devengaba, con eso no podía sostener a su esposa y dos hijos.

Era firme al asegurar que regresar no era una opción, En Honduras no hay oportunidades. Las ayudas solo las brindar por política, pero a los que no creemos en las acciones del gobierno jamás nos ayudarán, esas ayudas son para los nacionalistas, los que siguen las mentiras de JOH.

Dentro del grupo era impensable no fijarnos en Carlos, sin duda era el que ambientaba el camino, sus chistes y relatos de verdades vividas en Honduras siempre arrancaban risas entre los migrantes, quienes preferían reír evitando el llanto por lo dejado atrás.

Henry Hernández, originario del municipio de Esquipulas del Norte, departamento de Olancho fue claro: quiero que dé mi nombre, no tengo miedo, quiero dejar claro que aquí nadie huye por ser delincuente, sino porque no existen oportunidades en Honduras.

“No es fácil agarrar camino, caminar miles de kilómetro. No es fácil en Honduras vernos en los hogares sin trabajo. Tenemos un gobernante que no está haciendo nada por los pobres, solo dan excusas, pero no hay oportunidades”.

Henry nos dijo que es la segunda vez que sale camino a Estados Unidos, hace un par de meses lo capturaron en Palenque. Sabe que el camino es peligroso, pero es más peligro quedarse en Honduras donde no existe nada para los pobres. “Dios sabe porque necesidad me voy de Honduras, porque dejo a mi familia, mis hijos no tienen casa, Dios sabe que salgo por lograr un empleo. Yo trabajé para JOH, era activista. Yo voté por él, pero ahora me da pena decir eso porque él no ha hecho nada para mejorar la vida de la gente”, dijo con una firmeza en sus palabras Henry.

Henry, Laura y Carlos se despidieron esa mañana. Su camino apenas comienza. Esa mañana sus mirabas reflejaban temores, preocupaciones, pero saben que no les queda de otra, regresar a Honduras no es opción porque no existen condiciones para lograr un empleo que permita suplir las necesidades básicas o porque la situación de violencia es incontrolable, no hay camino, su rumbo es el norte.

Estos migrantes con prisa buscan unirse a la caravana que ya está en territorio mexicano, esa caravana que nos sorprendió una mañana de sábado, pero que es el resultado de la convulsión social que Honduras atraviesa. Un éxodo masivo que pese a las amenazas del presidente Trump y los propios riesgos que la ruta tiene no se detiene, porque los migrantes prefieren ese doloroso camino que volver a un país sin oportunidades.

Iolany Pérez,

Periodista hondureña, contadora de historias que pretenden dignificar la vida de la gente. Actualmente coordina el equipo de Comunicaciones de Radio Progreso-ERIC.