Jerson Martínez,

Estudiante Universitario.

22 de mayo de 2019


Actualmente en la sociedad patriarcal en que vivimos «ser hombre» implica muchas creencias, patrones de comportamiento, roles y hasta sentimientos que no estoy dispuesto a vivir ni a replicar en la construcción de mi masculinidad, y es por eso he tomado una seria decisión: dejar de ser «hombre».

De niño, cuando cumplía con algunas tareas de la casa: el aseo, limpieza de la cocina, lavar mi ropa y hasta ayudar a mi mamá a hacer pan, sobraban los comentarios machistas que me calificaban de poco hombre por cumplir con mis obligaciones. Para cualquier hombre o niño responsable que se involucre en los deberes del hogar, esos comentarios machistas discriminatorios no faltarán.

La familia, la escuela y la comunidad como parte de la sociedad en la que nacemos, crecemos y nos desarrollamos, condiciona nuestro comportamiento de acuerdo a lo que se supone que «debemos» pensar, hacer y sentir si somos niños o niñas.

Como yo nací hombre la sociedad me exige ser fuerte, violento, despiadado, impositivo, inquebrantable, arriesgado, ganador, líder, inteligente, fanático del fútbol y otros deportes y participar libremente en los espacios públicos locales y nacionales… me permite ser libre para salir por las noches o a cualquier lugar al que quiera, beber y ser mujeriego sin que se me difame por ello, exigir a las mujeres que me sirvan, humillarlas y hacerlas sentir débiles y dependientes… y me prohíbe manifestar mis sentimientos, llorar, decir “te amo”, dar abrazos, lavar los trastes en la cocina, barrer la casa… y un sin fin de comportamientos y sentimientos porque nací hombre y así debe ser.

Ese condicionamiento se alimenta de frases absurdas como: «los hombres no lloran», «hágase hombrecito», «pareces mujer», «no juegue con eso porque usted es niño», «fuera de aquí, la cocina es para las mujeres», «si al niño no le gusta el fútbol, le gustan las muñecas» y un sin fin de frases que se repiten a diario en la familia, en la escuela, en la iglesia y en cualquier lugar a donde vayamos.

Esta manera de pensar y actuar, sitúa la dignidad del «hombre», sin ninguna justificación razonable, por encima de la dignidad de la mujer y de los hombres «diferentes». Ese es el reino del patriarcado, en el cual sólo los «machos» valen y mandan.

Este machismo del que hemos sido y somos protagonistas no sólo ha pisoteado la dignidad de las mujeres. Sólo en Honduras, el 2018 se registraron 380 feminicidios y hasta abril de 2019 han muerto 60 mujeres de forma violenta. El machismo que sostenemos y alimentamos con nuestro androcentrismo (visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino), va más allá de humillar a las mujeres, ha cobrado con la vida de muchas.

Si ser «hombre» hoy implica encajar perfectamente en ese modelo inhumano que nos hace pensar que somos superiores, lo digo gritando: ¡YA NO QUIERO SER HOMBRE!

Llegó el momento de ponerle un alto a todas esas ideas y prácticas absurdas que definen más digno, más fuerte y más capaz al hombre por el sólo hecho de ser hombre.

¿Quién dijo que los hombres somos superiores?

La propuesta: romper el modelo de hombre que se nos ha impuesto.

El camino va por la ruta de la construcción de relaciones igualitarias con todas y todos, independientemente de su condición sexual, posición socio económica, pensamiento político, religión, color de piel, origen étnico, etc., a partir de una nueva concepción de nuestra masculinidad: no somos superiores a nadie, todas y todos somos iguales.

Esta construcción implica renunciar a los privilegios que la familia y la sociedad en general nos da por el hecho de ser hombres. Renunciar a esos privilegios no sólo se traduce como salir de la zona de confort a la que estamos acostumbrados, sino reparar el pisoteo histórico a la dignidad de las mujeres, reivindicar sus derechos.

Esta reivindicación va desde el uso normalizado del lenguaje inclusivo hasta la creación de condiciones legales para que los derechos de las mujeres no sean más un mero discurso.

De eso se trata lo de dejar de ser «hombre», porque creo que es inhumano seguir con ese modelo fundamentalmente machista e imponente.

¡Jóvenes, no tengan miedo de «dejar de ser hombres» lo que la sociedad nos exige, nos permite y nos prohíbe por ser hombres atropella la dignidad de otras y otros y violenta nuestro derecho a decidir!


Jerson Martínez,

Estudiante Universitario.